Reflexiones sobre la actual política internacional en México (Parte I)
Gabriela Lechuga Juárez*
En una reciente entrevista realizada al ahora presidente de Chile, Gabriel Boric, luego de su abrumador triunfo en las elecciones del país sudamericano. El entrevistador, Pablo Iglesias Turrión, fundador de Podemos y ex vicepresidente de España, cuestionaba a su interlocutor: “mucha gente se pregunta si ¿(Gabriel) Boric va a ser un presidente ‘muy doméstico’, muy al estilo del presidente López Obrador en México?, o si por el contario, ¿va a tener una agenda internacional, digamos va participar de ese giro progresista que se está dando en otros países de América Latina y que puede ser una referencia mundial para toda la izquierda?”[1]
Aunque el tema central de la entrevista, evidentemente, giraba en torno a las posibles acciones que llevaría a cabo Boric cuando éste asumiera el cargo de presidente, la pregunta revela que aún dentro de los círculos de la izquierda internacional más progresista, existe una profunda incomprensión del gobierno mexicano encabezado por Andrés Manuel López Obrador, y en particular, de las acciones en materia de política exterior. De allí la relevancia de profundizar en algunos elementos contextuales e históricos de México que, además de ayudar a clarificar la actual política exterior mexicana en el contexto regional de ascenso de fuerzas progresistas, también puede sentar las bases para debates más fructíferos sobre la posición que debería ocupar México en América Latina, al ser la segunda economía, sólo detrás de Brasil.
“Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”
México, a diferencia del resto de los países de América Latina, tiene una posición geográfica que dificulta en cierto sentido, el diálogo con el sur del continente: comparte poco más de 3000 km de frontera con Estados Unidos, el país que, a la postre, es una de las más grandes potencias del mundo. La frontera significa tanto para mexicanos como para norteamericanos, no solo una delimitación territorial, sino una profunda interdependencia económica, así como el flujo migratorio más grande del mundo. [1]
La relación entre ambos países no siempre es tersa, como es de suponerse, entre naciones tan asimétricas en términos económicos y armamentísticos. La tensión y la dificultad de los vínculos con el país del norte se sintetizan en la frase tan difundida, y falsamente atribuida al presidente mexicano Porfirio Díaz, “pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”.
En términos concretos, tenemos, por un lado, a Estados Unidos, el país que más intervenciones militares ha puesto en marcha en América Latina desde la segunda mitad del siglo XIX, una vez que la mayor parte de los países latinoamericanos alcanzaron su independencia, y que además patrocinó golpes de Estado y feroces dictaduras en el Cono Sur durante todo el siglo XX, aplicando a pie juntillas la tan famosa Doctrina Monroe “América para los americanos”. Para decirlo de manera sucinta, el injerencismo norteamericano es tan sistemático en la región, que en México es común decir que “América Latina es un asunto de política interna de Estados Unidos”.
Por el otro lado, se encuentra México, país que recién alcanza la independencia en 1821 y, que pocos años después de la consumación de la misma, sufre una intervención de Francia entre 1838 y 1839, una invasión por parte de Estados Unidos entre 1846 y 1847 y una segunda intervención francesa entre los años de 1862 y 1867. Ya a inicios del siglo pasado, en 1910, el país se ve inmerso en una de las primeras revoluciones sociales, y, por consiguiente, se sumerge en décadas de inestabilidad política y cambios de gobierno, producto de la lucha entre facciones rebeldes.[2]
En este contexto, el elemento que marcó la historia diplomática mexicana en el siglo XX, es la dificultad para que los gobiernos emanados del proceso revolucionario, pudieran obtener reconocimiento de las naciones extranjeras. De ahí que en 1930, como resultado de nuestra realidad nacional, surja la denominada Doctrina Estrada, que lleva el nombre de su impulsor, Genaro Estrada Félix, titular de la Secretaria de Relaciones Exteriores en ese momento, y que es considerada una de las más valiosas aportaciones de México al derecho internacional. Dicha doctrina, consagrada en el artículo 89°, fracción X de la Constitución Mexicana,[3] contiene en esencia dos principios que están indisolublemente unidos: la libre autodeterminación de los pueblos y, por consiguiente, la no intervención en los asuntos internos de los Estados. O en otras palabras, la concepción de que México acata la libre determinación de otras naciones, para evitar que potencias extranjeras (fundamentalmente Estados Unidos), intervengan en la política interior mexicana.
Vista desde la óptica latinoamericana, la Doctrina Estrada es una bandera en contra de la colonización y el injerencismo, cuyo contenido resume una lucha histórica no sólo de México, sino de la mayor parte de los países del continente: la posibilidad de los pueblos de ser los constructores de su propio destino, de decidir su modo de gobierno y quién los gobierna. Es más, la identidad nacional en la mayor parte de Latinoamérica se ha constituido en oposición al injerencismo, o dicho en otras palabras, al imperialismo norteamericano.
Aunque la Doctrina Estrada fue el eje rector de la política exterior mexicana desde su creación en 1930, fue menospreciada durante la llegada de gobiernos neoliberales en la década de los años 90, muy alineados a las directrices económicas y políticas de Estados Unidos, y no es sino hasta el año de 2018, con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador, que son recuperados en su esencia estos principios que rigen la relación de México con el resto de los países.
“La mejor política exterior es una buena política interior”
Ya desde su campaña electoral, el ahora titular del Ejecutivo, Andrés Manuel López Obrador, utilizaba como frase recurrente: “la mejor política exterior es una buena política interior”, quizá, ese es el origen de la confusión que ha llevado a analistas de los más diferentes espectros políticos a acusar al mandatario mexicano de poca participación en asuntos internacionales o incluso, como dice Iglesias Turrión, de tener una política “muy doméstica”. Perspectiva que podría verse reforzada si tomamos en cuenta que en casi cuatro años de gobierno, López Obrador sólo ha realizado tres viajes al extranjero, los tres a Estados Unidos, y que ha delegado la mayor partes de los viajes internacionales al Secretario de Relaciones Exteriores (SRE), Marcelo Ebrard Casaubón. Por ejemplo, en octubre de 2021, Ebrard Casaubón fue el representante de México en Roma, durante la reunión del G20, así mismo, ha fungido como el principal gestor en la compra de vacunas contra Covid-19 de más de 10 laboratorios distintos, entre 2020 y 2021, lo que incluyo una visita a Rusia, para la adquisición del biológico Sputnik V.
Sin embargo, a pesar de realizar muy pocos viajes al extranjero, el mandatario López Obrador ha recuperado cierto liderazgo regional y ha comenzado un diálogo con los países sudamericanos de tendencia progresistas, luego de periodos de discordia generados durante los gobiernos neoliberales. ¿Cómo se explica esta paradoja?
Para comprender el escenario actual, debemos recordar que durante el periodo neoliberal, México se distanció de Sudamérica, mientras estrechó relaciones con Estados Unidos, en concreto a partir de la firma del Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN) a principios de la década de los 90, y posteriormente, ya en los años 2000 se produjeron tensiones políticas con el ascenso de gobiernos nacional-populares en Venezuela, Argentina, Ecuador, Brasil o Bolivia.
De modo que, la frase “la mejor política exterior es una buena política interior”, que repite frecuentemente el presidente mexicano, no significa en modo alguno, un descuido de las relaciones internacionales o la renuncia a jugar un papel relevante en el contexto latinoamericano, sino por el contario, expresa la necesidad de tener la legitimidad y un apoyo popular que los gobiernos mexicanos anteriores no tuvieron, para así poder hablar con suficiente autoridad hacia el exterior, esto es, ¿cómo hablar, por ejemplo, del combate a la corrupción en América Latina, cuando es el propio presidente mexicano el que es acusado de corrupto, tal como sucedió en sexenios pasados?, ¿cómo calificar a gobiernos extranjeros de “dictaduras”, cuando no se cuenta con el suficiente respaldo popular e incluso pesan acusaciones de fraudes electorales?
Ahora bien, a partir de la llegada de López Obrador a la presidencia, podemos distinguir tres características de la política internacional de México: en primer lugar, un acercamiento político con los gobiernos de corte progresista de América del Sur y un diálogo para implementar programas conjuntos en Centroamérica; en segundo lugar, un discurso duro hacia Estados Unidos y Europa para exigir respeto a las acciones implementadas por el gobierno mexicano y, en tercer lugar, la crítica del propio López Obrador a organismos internacionales, por fuera de los tradicionales canales diplomáticos.
Acercamiento histórico con América Latina
Indiscutiblemente, la acción que marca un punto de inflexión en la relación con los gobiernos progresistas de Sudamérica fue el rescate del presidente de Bolivia, Evo Morales, ordenado por el propio Andrés Manuel López Obrador, el 10 de noviembre de 2019, luego de un golpe de Estado perpetrado por la cúpula militar y los sectores bolivianos más conservadores. La operación militar para trasladar a Evo Morales desde Cochabamba, Bolivia hasta la Ciudad de México fue arriesgada, e implicó un enfrentamiento con las fuerzas armadas bolivianas que tenían la orden de impedir la salida de Morales del país.
Además, México tuvo que negociar con varias naciones sudamericanas, que se oponían a que la aeronave del ejército que transportaba al presidente de Bolivia, transitara por su espacio aéreo. El rescate de Evo Morales permitió, eventualmente, la reconfiguración del movimiento popular en Bolivia a través de la figura Luis Arce, al mismo tiempo que se salvó la vida de la figura indígena más representativa del país y una de los iconos de los gobiernos nacional-populares de la región.
La operación militar para traer a Morales a México que, cabe señalar, fue muy criticada por la oposición mexicana, puso de manifiesto la perspicacia de López Obrador para comprender que el rescate de Evo Morales, además de salvar la vida del líder cocalero y lo que representaba para el movimiento popular, enviaba una señal de que el gobierno de México estaba comprometido con la democracia emanada de las urnas en cualquier país de América Latina y en contra de cualquier forma de golpismo.
Otra forma de acercamiento de México con la región se dio a partir de la visita de Alberto Fernández, cuando éste asumió el poder en la Argentina en 2019. Se trató de la primera visita de un presidente de aquel país en casi una década,[4]y ya durante la pandemia, ambas naciones llegaron a un acuerdo de producción y envasado de la vacuna AstraZeneca, desarrollada por la Universidad de Oxford, para distribuirla en América Latina y no depender del suministro de biológicos provenientes de Europa y de Estados Unidos. [5]
Tampoco debemos ignorar que López Obrador ha buscado llevar dos de los programas insignes de su administración “Jóvenes construyendo el futuro” –que consiste en una beca económica para apoyar a jóvenes que no estudian y trabajan, mientras son ‘aprendices’ en alguna institución- y “Sembrado Vida” –programa dedicado a sembrar árboles frutales y maderables, permitiendo generar empleo y, a la vez, combatir la deforestación-, para intentar contener la migración irregular de ciudadanos centroamericanos. De igual manera, ha sostenido diálogos tanto con Joe Biden como con John Kerry, enviado especial de los Estados Unidos para el Clima, a fin de que inviertan en estos dos programas en la región de Centroamérica.
Es claro que a diferencia de los gobiernos pasados, existe un acercamiento con América Latina, sin embargo, López Obrador también ha logrado mantener una relación cordial con el expresidente norteamericano Donald Trump y actualmente con Joe Biden. Quizá, algunos sectores de izquierda preferirían un discurso más beligerante, al estilo del expresidente venezolano Hugo Chávez, pero la diferencia es que, como señalamos en un inicio, México no sólo comparte frontera con la Unión Americana, sino que existe una interdependencia absoluta. No obstante, hay una distancia diametral entre los gobiernos neoliberales a partir de Carlos Salinas de Gortari, y la actual administración, marcada por el discurso de soberanía.
[1] (con dirección a Norteamérica) [2] Sin mencionar la invasión al puerto de Veracruz por parte de tropas norteamericanas en 1914. [3]Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Disponible en: http://www.ordenjuridico.gob.mx/Constitucion/articulos/89.pdf [4] Gobierno de México (2021), Comunicado No. 090, “Presidente de la República Argentina, Alberto Fernández, realizará visita oficial a México”. Disponible en: https://www.gob.mx/sre/prensa/presidente-de-la-republica-argentina-alberto-fernandez-realizara-visita-oficial-a-mexico [5][5] Sin dejar de mencionar que Alberto Fernández en un invitado frecuente en las conferencias de prensa matinales de López Obrador, a través de video llamadas.
[1] Turrión Iglesias, Pablo (2022). La Base #3 - Gabriel Boric: un nuevo tiempo en Chile, Diario Público. Entrevista disponible en: https://youtu.be/fcDNzgr-9pA
*Gabriela é mestre em Ciências Sociais e Humanas (área de concentração: Estudos Políticos) pela École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) e graduada em Política e Gestão Social por la Universidad Autónoma Metropolina (UAM) e em Ciência Política eAdministração Pública pela Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
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